Ahora que Movember toca a su fin y que nuestros bigotes lucen lustrosos y dignos, es hora de preguntarse ¿se queda conmigo o me afeito?
En este mes hemos pasado por todas las fases: la de la cruel pelusilla de adolescente, la de los cuatro pelos, la fase sin rumbo, la de indecisión: ¿qué bigote quiero? ¿cuál me queda bien?, la de aprendizaje: cómo cuidar mi bigote y, al final, la de satisfacción: no solo por nuestro flamante mostacho sino también por haber contribuido a una causa solidaria.
Por llevar la contraria. Siempre habrá quien, sin que previamente le hayamos pedido opinión, te diga que estás mejor afeitado, que te has echado diez años encima, que cuando das besos pica, que pareces tu padre o que está demodé. Hacer caso omiso de sus consejos y sonreír moviendo tu mostacho es una elegante manera de ignorarlos.
Por salir de la rutina. Cada día nos levantamos, vestimos, salimos al trabajo. Mismos hábitos, idénticas costumbres. A falta de un billete de solo ida a un paraíso terrenal, hay pequeñas cosas que alteran esta cotidianidad, mejorándola. Es un hecho demostrable que cambiar de look es una de ellas y tiene una repercusión directa en mejorar nuestro estado de ánimo.
Porque te protege. Parece que hay estudios fiables que afirman que el vello facial es una barrera que nos protege desde varios frentes: de un lado actúa como filtro frente a los rayos ultravioleta, y de otro impide que las partículas de polvo nos afecten, lo que nos defiende de enfermedades como el asma o alergias. Una mullida barrera protectora.
Porque caes mejor. A la vecina del tercero que hace dos días ni te miraba y ahora te sonríe afablemente, a tu jefe, que sin venir a cuenta te da una palmadita en el hombro y a cualquier desconocido al que, por razones antropológicas (entre nuestros ancestros llevar barba o bigote era un hándicap para la guerra, puesto que era posible neutralizar al enemigo tirando de ellos), les transmite más confianza una barba o bigote que un rostro lampiño.
Porque tapa imperfecciones. Una cicatriz de aquella caída en bici cuando tenías 10 años, algún granito molesto que viene a importunar justo cuando tienes una cita o esos pelillos osados que asoman de la nariz y nos dan un aspecto descuidado.
Porque hay bigotudos memorables. Con este título se podría escribir un libro entero: artistas como Dalí, actores como Groucho Marx, genios como Albert Einstein, políticos como José María Aznar, personajes de ficción como el inolvidable Charlot, el apuesto Rhet Buttler de “Lo que el viento se llevó”, el inspector Jack Clouseau, Mario Bros o el ultra simpático Ned Flanders.
Por ser tú un bigotudo memorable. Un bigote es un atributo que da mucho juego, y si te atreves a jugar con él, puedes definir un estilo propio. Encontrando ese mostacho que nadie más lleva tú también serás un personaje memorable: elegante, divertido, sexi, extravagante, etc.
Por idealizar el momento afeitado. Es difícil predecir si tu bigote te va a acompañar ya para toda la vida, pero es seguro que en algún momento fantasearas con la idea de levantarte un día y afeitártelo. Y ese día no será un día cualquiera, ese afeitado será un acto de valentía, pero también un descubrimiento y un nuevo cambio vital.
Porque puedes aprender mucho. Si nunca has llevado bigote probablemente no sepas los diferentes estilos que existen, así que es momento de investigar y aprender, no solo las tendencias de moda, sino también los estilos más clásicos. Quién sabe si tú defines uno que también pase a la historia.
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