La vida es un viaje apasionante, sin duda. Un recorrido marcado por diferentes etapas, que son como las pantallas de un videojuego: tienes que superarlas para pasar a la siguiente. En cada una de ellas solemos poseer una apariencia diferente, y no solo por una cuestión biológica, grano va, arruga viene. Hay un trasfondo de experimentación: la rebeldía de la juventud no luce igual que la serenidad de la vejez ni la responsabilidad de la paternidad frente a la ligereza mental de los años de soltería.
Conseguir que nuestro aspecto vaya en concordancia con nuestro momento vital no es un asunto baladí. Y, aunque todo en esta vida es cuestión de actitud, a juzgar por los resultados estéticos que se suelen ver, no está de más tener en cuenta algunas sugerencias de estilo. Ahí lo dejamos.
A LOS 20: CARPE DIEM
A los 20 el verbo a conjugar es el querer. Quiero viajar, quiero besar, quiero bailar, quiero probarlo todo. Si te caes, te levantas, ¡el caso es seguir caminando! Cuantas más experiencias, más sabiduría. Y además, con esa lozanía (casi) todo queda bien. Por eso, es el momento perfecto para arriesgar con tu aspecto, ¡viva la extravagancia!
A LOS 40: ALEA JACTA EST
Aunque a día de hoy los 40 son los nuevos 30, esta década debe comenzar unos decibelios por debajo de la anterior. ¿Experiencias? Sí, pero escogidas. ¿Riesgos? Claro, pero asumibles. Es esta una etapa difusa, puedes estar cambiando pañales o buscando el siguiente garito. Sea como sea, que sea con estilo.
A LOS 60: VENI, VIDI, VICI.
El punto medio, la templanza, el dominio vital de uno mismo. De las heridas ya solo quedan las cicatrices: lo pasado, pasado está. En esta etapa ya no tienes que caerle bien a nadie -¡por fin!- y todavía puedes gustarle a mucha gente. La velocidad se aminora, pero aún queda un buen trecho del camino por recorrer. Que no te pille desarreglado.
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